Latidos de cariño y afecto que nutren al Alma.Gracias por su visita.

martes, 24 de noviembre de 2009

Mandados



En ese tiempo, pocos del pueblo tenían televisión.
El doctor Ramón Cantú Ochoa, era uno de los afortunados.
Cuando mas grandecita(en la foto,en la edad de los "mandados"), mi mandaba mi abuelita la tienda con la recomendación, ¡no te dilates!, ¡no te entretengas!, optaba por ir a las tiendas, que se ubicaban por la calle que está rumbo a la fuente, porque tenia que pasar a fuerza por frente de la casa del doctor Cantu, y ahí, hacíamos montón, frente a la tela mosquitera de la sala del doctor, todos los chiquillos del pueblo.
Mirábamos la tele a ratitos.
Nos empujábamos la chiquillería, soñábamos con tener una así, grandota, con patas, de pantalla de blanco y negro.
Y luego a la carrera, con zancadotas largas, largas, que parecíamos venados, corríamos, pasábamos frente a la papelería y mercería de la maestra Idalia Ibarra; los puestesitos ambulantes que vendían jugos de naranja, verduras, y frutas, que si tenias ganas de algo, un poquito mas exótico, como unas granadas, las tenias que encargar, desde un dia antes, que te las trajeran de Tampico, y que de seguro, las comprarías.
Dejabas atrás la carnicería de don Jerónimo Maya, y si nuestros mandados no incluían tortillas o masa, hacíamos la compra en la tienda de la esquina, que era la de don Ramón Rodríguez y sus hijos.
Pero, en ocasiones, teníamos que llegar hasta la otra tienda, la que se ubicaba en la acera de enfrente, la de don Luís Wong, porque compraríamos masa o tortillas.
En esa tienda, en el exterior, de ella, en la banqueta de esa esquina, se vendían pescados y jaibas, vivos, en trastos con poquísima agua, para tanto marisco; alcanzaba a verlos, con sus branquias, dilatándose, en un esfuerzo por sobrevivir !y como!, si estaban fuera de su elemento, fuera de su laguna.
Cerca de estos puestos de mariscos, estaba un pequeño puesto de revistas, y periódicos, como El Sol de Tampico, y el Mundo.
En las tardes, lucían estas banquetas solas, ya no estaban los puestos de revistas, periódicos, mariscos, jugos de naranjas, ni el de frutas o verduras.
Creerían, que todo Pueblo Viejo, dormiría la siesta.

En esa tienda grande, la de don Luís Wong, para comprar la masa o las tortillas, teníamos que hacer filas, donde en ocasiones, mas de una hora durábamos; si solo era mandado, tenían unos mostradores, de madera, en forma de amplia escuadra, y empujando, aquí y allá, colarte entre tanta gente, y gritar, a todo pulmón, haciéndose escuchar, porque siempre había mucha personas comprando.
¡Me da 50 centavos de galletas!
Y te las daban en unos cucuruchos de papel estraza, de ese color cafecito, era un puñado de galletas de animalitos, o de marías.
Si llevabas suficiente cantidad de galletas, hasta una bolsa de estraza, merecías.Y el aceite, tenían una instalación de tubería, que salía de unas latas de lamina, que ubicaban estas, en una especie de tapanco o bodeguita y llegaba abajo, de donde al abrir su llave, llenaban el trastecito que llevaras, y de acuerdo a lo que fueras a comprar de aceite suelto para comer.
Las latas vacías de aceite, se vendían, para ocuparlas como tamaleras, o abiertas por completo, se usaban como charolas, donde se ponían galletas, o panes caseros, y luego hornearlos.
También las latas de aceite vacías, se ocupaban para hacer recogedores de basura, solo se cortaban en dos partes, de manera diagonal, y se les ponía un palito de escoba, como mango.
Total, que todo el pueblo, utilizaba esas latas vacías, y había que encargarlas con mucha anticipación.
Y había tan pocas tiendas en el pueblo…
En ocasiones, llevaba apuntado en un papelito lo que necesitaba.
Estiraba la mano, a ver cual de los dependientes, se dignaba agarrar el papelito.
Pero si, cuando ya te habían surtido esa lista, tú pedías algo más, no te lo despachaban, solo te cobraban lo de la lista, y ya no te hacían caso.
Se comportaban como autómatas, era demasiado el trabajo.
Los dependientes seguían con otro cliente, y con otro.
El chile, tomate y esas cosas, te las daban en un cucurucho de papel periódico.
A veces, el papel tenía signos en chino.
Eran chinitos los dueños de la tienda.
Igual que los dueños del otro gran almacén, “El Movimiento” que estaba frente a la plaza.
Los dos fiaban el mandado; en un principio, mi abuelita me contó que pedía fiado, pero luego le salían con, ¡ya la vi! Comprando en la otra tienda.
Es que esas dos tiendas eran rivales de ventas.
Y querían amarrar a sus clientes.
A mi abuelita no le gustaban de esos “frijoles”, así que prefería comprar al contado.
Así no le debía nada a nadie, y nadie le podría recriminar nada.
Yo corría como gacela, por un tomate, un poquito de arroz, una leche, que no se porque, entre el griterío, me ofuscaba y salía pidiendo la de las rosas.
¿Cuál?
¡La que tiene flores!
No faltaba algún adulto que me ayudaba, ¡déle leche clavel!
¡Para que se vaya ya!
¡Me aturde con sus gritos!
Y es que si no presionaba, a puro grito, y brincos en el mostrador, se aparecía mi abuelita Luz, y me avergonzaba con ¿Por qué tardas tanto?
¡Allá te necesito!
Una vez en una feria, me hicieron falta 20 centavos.
¡20 centavos!
Lo que costaban unos dulces Tomy, una muelita de coco, una naranja con chile, 2 chicles, cualquier cosa baladí, pero no me dieron bien la feria...(luego les cuento cómo me fue)

viernes, 13 de noviembre de 2009

¿ En tu niñez tú creías en la cigüeña?



Yo, como pacientita de la partera y enfermera del pueblo , porque mi abuelita, por todos lados le buscaba la salud a mi cuerpecito, me tocó ocupar tanto las instalaciones de madera, como las nuevas.
Y el mirar tantos rostros de madres, estrenando bebé, yo deseaba un dia ver llegar a la cigüeña; con ese engaño dulce, mi abuelita me llevaba a rastras, cada que necesitaba los servicios de doña Irma Gutiérrez.
Yo decía, no abuelita, esa cigüeña, no ha de existir.
Nunca la he visto. Y vaya que voy seguido a la clínica de doña Irma.
Y buelita, me enseñaba unos libros, con estampas de las cigüeñas.
¡Pero aquí no se ve que carguen bebes!
Y buelita me decía, ¿pues que no ves a los bebes en esa clínica?
Llegan las madres sin bebé, salen con bebe.
¡La cigüeña! anda, vamos a que te inyecten, y un dia la veras.
Y casi llegando a la clínica, mi abuelita, hacia la finta, ¡ahí va la cigüeña!
¿La viste?
¿Dónde?, ¿Dónde?
¡Uh, ya se fue!
Eso te pasa, porque vienes renegando, en lugar de pelar bien los ojos, entonces para que los quieres, ¿para venir llorando?, si solo es un piquetito de mosco.
Cuando estaba entre 1 ro., y 2do. Grado de primaria, me reunía con chiquitinas, nos metíamos entre la pared del foro, y una tela mallacorla, del solar del dr. Cantu.
Bien apretadas, que apenas cabíamos en ese como callejoncito, en intimidad.
Eso nos envidian los hombres a las mujeres, el chismorreo, llegamos a cualquier lugar, y al rato, ya estamos en confiancitas, el hecho de ser mujeres, nos da esa credencial, de tu y yo, podemos hablar el mismo idioma, desde muy pequeñas, somos mas abiertas, para preguntarnos de todo, a sabiendas, que ni a su hermano, se lo van a contar, ¿porque somos mujeres pues?; o si vamos al baño, ahí vamos, con otra de cuatacha,o el, vamos a peinarnos, y es solo, para ponerse uno de acuerdo en algo, de importancia, como que pedimos de comer, o de aquí, a donde le pedimos a los maridos que nos lleven, ya me imagino, a un hombre pidiéndole a otro hombre, vamos al baño, a…,pues no, eso sólo es prerrogativa de la mujer ,vamos ganando, de todo a todo, mujeres de principio a fin.
Y seguimos disfrutando, que nos llamen el sexo débil, pero vamonos mas despacio, ya conozco, a varios varones, que se han herniado, porque nosotras, de mujercitas mulas, les pedimos con voz melosa, que hagan de todo, baja aquello, que está bien alto y pesado, carga esto, ¿como que pesa?, y aquí si, levantamos la voz, para que se apene, y no se atreva a negarse al favorcito, de herniarse, para hacerle un caprichito a una mujer.
Y de pilón, en sus camas, de hospital preguntan porque señorita enfermera, hay más hombres herniados, que mujeres.
¿Que les decimos?, es que ustedes, son mas débiles, pero de sentimientos; pues no, físicamente, pues no, ¡uy!, a ver que hora se darán cuenta…de que no son Superman.
No hay que ser así, hay que cuidarlos, tan lindos que son, con su aire, del fuerte de la casa.
Bueno, en lo que estaba, en confiancitas, en como desde chiquitas, nos reunimos para saber un poco mas de aquello o de lo otro.
Ahí, entre el follaje, de unas matas de tulipanes, de flores rojas, de los cuales yo me comía sus pistilos dulces; mis amigas y yo, tratábamos de adivinar eso de los bebés.
Salió una con la novedad, que su mamá se había aliviado hacia poco, y que de entre sus piernas, había salido su hermanito.
Como se le vino de improviso, ahí en su casa lo tuvo.
¡No puede ser!
¿Y la cigüeña?
¡Puro cuento!
Yo escuchaba embobada, eran tiempos en que no se hablaba de esas cosas, y todo eran conjeturas entre chiquillas.
Pero cuando nuestra amiguita dijo, salen, por donde sale la pipi.
Yo no me aguanté y espete, el ¡no es cierto!, si ni la popo puede salir por ahí.
¡Como crees que un bebe!
Y todas reímos de la que estaba con nuevo hermanito.

(en la foto está mi hijo,de cuando era un bebito)

viernes, 6 de noviembre de 2009

Doña Irma Gutierrez de Navarro,partera de Pueblo Viejo,Veracruz.



Para las inyecciones, y de hierro, que dejaban toda la pierna dormida, puesta y dispuesta, doña Irma Gutiérrez. Que era la partera del pueblo.
Su casa, se encuentra, al lado de donde estaba la peluquería.
Solo por un tiempo, vivió en casa de una de sus hijas, por el rumbo de la iglesia de la Purísima Concepción ( ver foto de la iglesia del pueblo,cortesía del cronista profesor Martín Pérez San Martín ), en una casa grande de madera.
Y continuaba parteando, en esa casa, si no la dejaban, de dia y de noche, era muy solicitada. Mientras edificaban cuartos y cuartos, en su propiedad, para las parturientas.
Hermosos cuartos, todos azulejeados, y pisos de mosaico, un lujo para esos años, pero el sacrificio hizo, para comodidad de sus pacientes.
Su esposo, murió hace poco, de 98 años de edad. Su nombre era don Eustacio Navarro Sifuentes, conocido por todos como don Tacho, el peluquero más querido y reconocido de la región.
Es que no crean, que solo era peluquería y ya.
Si casi, casi, era el psicólogo, de todo el elemento masculino del pueblo.
Siempre tenia tiempo, para escuchar las platicas, las cuitas, las quejas, los planes, de todo aquel que lo pasaba a visitar, a saludar, aunque no fuera a peluquearse en ese momento; al fin que tarde que temprano, todos eran clientes de el.
En ocasiones, solo iban a echarse una partidita de damas chinas, o de ajedrez.
Los comodinos, a leer el periódico del dia, o las revistas, como “ Los Agachados”, “La Familia Burrón”, “ Hermelinda Linda”, “Condorito”, “Chanoc”, “Alarma”, “Alerta”, “Kalimán”, “El Libro Vaquero”, o llenar los crucigramas, de algunas revistas especializadas en ellas.
Me daba cuenta de todo este trafique, porque llevaba a mi tío enfermo, a peluquearse.
Primero me daba una vuelta, para checar, cuantos clientes había por delante, mientras no sabía bien a bien la movida, solo me asomaba, y corría a la casa, para decirle a mi abuelita son tantos…
Como a la media hora, me decía mi abuelita, ves a ver, si ya son menos clientes, para que tu tío no se tarde tanto, no vaya a empezar a hacer un alboroto, o se fastidie, y agarre camino, y ya no se peluqueo.
Me aventaba otra carrera a la peluquería, y seguían los mismos tantos clientes que ya había contado.
Mi abuelita se desesperaba, y me regañaba, con un, o no sabes contar, o porque no te fijas bien en cuales son los clientes, cual es su físico, como edad, estatura, o su modo de vestir.
A lo mejor ya llegaron otros, y tu los estas contando, como si fueran los mismos de hace rato.
Pregúntale a don Tacho, de quien va a seguir tu tío Ángel.
Y que se te quede bien grabado, como es esa persona, ya no quiero errores. ¿Entendido?
Con el tiempo fui agarrando golpe, y don Tacho, al mirar que yo me asomaba, sonriendo me indicaba con una seña, cuantos eran en realidad, los que faltaban de peluquear o de rasurar, y de quien seguiría mi tío.
¡Un gran tipo don Tacho!
Delgado, ágil, muy ágil con su navaja, peine y tijeras, en ocasiones, me quedaba un ratito, mirando su destreza en el rasurar y peluquear a sus clientes.
Parecía que iba a operar, así de respetuoso lo veía en el desempeño de ese oficio que le encantaba; sacudía muy bien el sillón, de rastros de cabello del anterior trabajo, invitaba a subirse al cliente, a ese sillón, como si este fuera a ser su trono, durante la rasurada.
Ya sentado, movía una palanca para recostarlo un poquito, y con otra palanca, pedaleaba, esta ultima hacia un sonido como de fuelle, una especie de pu/pu/puf, y así ponerlo a la altura que el considerada necesaria, de acuerdo al físico del prospecto, si era bajito, corpulento, alto, gordo ,flaco, etc.
Ya puesto a la altura requerida, ahora le colocaba la tela, del tamaño de un mantel, que le llegaba hasta las rodillas a la mayoría de los clientes, sujetándosela d el cuello.
Le embadurnaba jabón, con una brochita, para suavizar su piel, y sacaba una navajota, como para matar cochinos, y sus clientes, tan tranquilos.
A la navaja, le sacaba filo, en una como correa, que tenia pegada a la silla giratoria de peluquear, limpiaba la navaja de continuo, y en el rostro del cliente, marcaba caminos, pulcros, limpios de jabón y de barba.
Los enjuagaba bien, los secaba con una toalla, y les daba unas como cachetaditas, con una loción, y de pilón, le pagaban por cachetearlos.
Olía tan bonito ese lugar, todo tan tranquilo, todos hablando como en susurro, a nadie le conviene que el peluquero, se distraiga, cuando esta con una navaja así de filosa, apoyada en el cuello de un cristiano…
Su peluquería, tenia dos puertas, una por cada lado de la escuadra que formaba la esquina, corría tan libre el viento, que no hacia falta prender el abanico; por fuera de ella, existía un cilindro, que parecía un caramelo, con tiras anchas color rojo y blanco, que siempre giraba, y giraba, como hipnotizándolo a uno.
Estaba frente a la plaza, la peluquería de don Tacho.
Doña Irma su esposa, y partera desde muy joven, aun vive, ahora ha estado un poquito enfermita, y logro salir de su cama, reponiéndose de una embolia, pero ha tenido fuerza de voluntad, y Dios la ha sostenido, y sigue siendo doña Irma Gutiérrez, un orgullo de nuestro pueblo, de Pueblo Viejo.
El año pasado, le hicieron un reportaje, para un periódico de Tampico, Tamaulipas (Estado vecino) pues si Pueblo Viejo, Veracruz,tiene muchas historias que contar.
Y todas de superación, a base de muchos esfuerzos.