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domingo, 7 de febrero de 2010

Vivir en la escuela



Claro que disfruté vivir en la escuela "Expropiación Petrolera" de Pueblo Viejo, Veracruz.
Con todo y su carga de trabajo.
Los maestros, eran libres de mandarme a hacer pagos aquí y allá; y lleva esto, y necesito esto. Pero, me gustaba el ambiente de la escuela.
Sus murmullos, incluidos los de los alumnos, los de los pichones, y todo, todo lo que hacia a ésa escuela tan especial.
Cuando cada ocasión de festejos, cómo de dia de madres, del maestro, del soldado, que porque se acerca navidad. Siempre, se viste de un modo, y de otro a los salones, a las paredes, a la escuela, que se vea de fiesta.
Y los maestros, andan presurosos, y los niños, jubilosos.
Y los ensayos de tal o cual bailable, o de la cuerda, o de los concursos de deportes ¡no me aburrían!
Acercándose navidad, los maestros encargaban a cada niño una esferita, de las de antes, de vidrio delgado y color liso.
Las comprábamos en las tienditas del pueblo, envueltas en sus cucuruchos de papel periódico.
Y los árboles de navidad, algunos eran troncos secos de arbolitos, engalanados con mucho algodón, simulando nieve, o se hacían hechizos de conos grandes de cartón, forrados, de sopa de moñitos, pintados estos de aluminio.
O en las paredes, se dibujaba un pino, y luego, cada niño, aportaba tarjetas viejitas de navidad, y todo muy alegre, se vestía a ese pinito de la pared.
O de estropajos de fierro, se desdoblaban, y se hacían campanas, con una esfera como badajo. Cada año era diferente el preparativo navideño.
Y mi papá, y mi mamá, me mandaban regalos.
Primero, el cartero, me traía una tarjeta, con el aviso de un paquete en el correo.
Ir con abuelita, por el camino, que corría desde lo que era la caseta publica de teléfonos, que era atendida por una señorita; entre esa caseta, y la iglesia, de la Purísima Concepción.
En ese caminito de tierra, había infinidad de flores, pájaros, casas alegres llenas de luz, mariposas, el solo recorrerlo, era una aventura.
Como a 6 cuadras, de la plaza, daba uno vuelta a la izquierda, a topar la calle que venia del monumento a Cuauhtemoc, en esa esquina, cruzando la calle, el edificio de un solo piso, de material, era la oficina de correos.
Se usaban en ese entonces, unas brochas y pegamento, que creo que era de la corteza de lo que escurre en los árboles de nogal, así, de ese color vidrioso, era el color del pegamento áquel, que estaba en unos botes en correos; eran para cerrar los sobres y pegar estampillas.
Recuerdo, que nosotras siempre, mandábamos cartas y cartas.
Y papá, la letra de sus cartas.
Remarcaba una y otra vez, sus letras.
¿Con inseguridad?
Mi papá, habla a tramos cortos, y se regresa de continuo en lo que dice, y repite otra vez, buscando en su mente lo más adecuado a decir, precavido, como abuelita.
No papá, no le perdió nada a abuelita.
A lo mejor, refinó en algunos defectos.
Pero nadie es perfecto.
Y yo lo quiero así, tal como es.
Y me daban unas cajotas de ensueño.
Enormes, como las de las televisiones actuales de 29 pulgadas.
Y en el camino a casa, pesaban las cajas.
A poco a poco. Llegamos a casa.
No importaba; que vieran que mi papá, se acordaba de mí.
Que habían ido al otro lado (E.U.), y escogido papá y mamá, regalos navideños para todos.
Y yo estaba siempre en esa lista.
Yo contaba en esa lista como hija.
Y tal vez, solo en esa lista.
Al llegar a casa, abrir semejantes cajotas, contenían muñecas que hablaban, que caminaban, que tomaban mamila y tenían un hoyito para hacer pipi. Juegos de te, estufitas, cajitas musicales, muñecos inflables. Ropita para muñecas, perfumes, talcos y tantas cosas, para mis muñecas.
Se que escogían lo mejor para mi; escogían lo mejor, con el pensamiento, ella está muy sola, sola con su abuelita.
Pasara navidades y años nuevos, y cumpleaños sola.
Pero ahí le van regalos, y regalos.
Y ponía mis juguetes, en filita, en la cerca, donde pasaban los pobladores del pueblo, con sus hijos de la mano.
Y chuleaban las muñecas. Y me decían, para halagarme, la muñeca se parece a ti.
Y si eran grandes las muñecas, creíamos que tú eras la muñeca.
Pueblo Viejo, es prodigo en piropos cariñosos a los niños.
Y las niñas comentaban a sus padres ¡yo quiero unos juguetes como los de esa niña!
Y yo pensaba, ¡yo quiero unos padres como los tuyos!


Unos padres, que estén cerca,que cada mañana despiertes,y los veas.


Me acostumbré a mirar con el Corazón y el Alma.