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viernes, 6 de noviembre de 2009

Doña Irma Gutierrez de Navarro,partera de Pueblo Viejo,Veracruz.



Para las inyecciones, y de hierro, que dejaban toda la pierna dormida, puesta y dispuesta, doña Irma Gutiérrez. Que era la partera del pueblo.
Su casa, se encuentra, al lado de donde estaba la peluquería.
Solo por un tiempo, vivió en casa de una de sus hijas, por el rumbo de la iglesia de la Purísima Concepción ( ver foto de la iglesia del pueblo,cortesía del cronista profesor Martín Pérez San Martín ), en una casa grande de madera.
Y continuaba parteando, en esa casa, si no la dejaban, de dia y de noche, era muy solicitada. Mientras edificaban cuartos y cuartos, en su propiedad, para las parturientas.
Hermosos cuartos, todos azulejeados, y pisos de mosaico, un lujo para esos años, pero el sacrificio hizo, para comodidad de sus pacientes.
Su esposo, murió hace poco, de 98 años de edad. Su nombre era don Eustacio Navarro Sifuentes, conocido por todos como don Tacho, el peluquero más querido y reconocido de la región.
Es que no crean, que solo era peluquería y ya.
Si casi, casi, era el psicólogo, de todo el elemento masculino del pueblo.
Siempre tenia tiempo, para escuchar las platicas, las cuitas, las quejas, los planes, de todo aquel que lo pasaba a visitar, a saludar, aunque no fuera a peluquearse en ese momento; al fin que tarde que temprano, todos eran clientes de el.
En ocasiones, solo iban a echarse una partidita de damas chinas, o de ajedrez.
Los comodinos, a leer el periódico del dia, o las revistas, como “ Los Agachados”, “La Familia Burrón”, “ Hermelinda Linda”, “Condorito”, “Chanoc”, “Alarma”, “Alerta”, “Kalimán”, “El Libro Vaquero”, o llenar los crucigramas, de algunas revistas especializadas en ellas.
Me daba cuenta de todo este trafique, porque llevaba a mi tío enfermo, a peluquearse.
Primero me daba una vuelta, para checar, cuantos clientes había por delante, mientras no sabía bien a bien la movida, solo me asomaba, y corría a la casa, para decirle a mi abuelita son tantos…
Como a la media hora, me decía mi abuelita, ves a ver, si ya son menos clientes, para que tu tío no se tarde tanto, no vaya a empezar a hacer un alboroto, o se fastidie, y agarre camino, y ya no se peluqueo.
Me aventaba otra carrera a la peluquería, y seguían los mismos tantos clientes que ya había contado.
Mi abuelita se desesperaba, y me regañaba, con un, o no sabes contar, o porque no te fijas bien en cuales son los clientes, cual es su físico, como edad, estatura, o su modo de vestir.
A lo mejor ya llegaron otros, y tu los estas contando, como si fueran los mismos de hace rato.
Pregúntale a don Tacho, de quien va a seguir tu tío Ángel.
Y que se te quede bien grabado, como es esa persona, ya no quiero errores. ¿Entendido?
Con el tiempo fui agarrando golpe, y don Tacho, al mirar que yo me asomaba, sonriendo me indicaba con una seña, cuantos eran en realidad, los que faltaban de peluquear o de rasurar, y de quien seguiría mi tío.
¡Un gran tipo don Tacho!
Delgado, ágil, muy ágil con su navaja, peine y tijeras, en ocasiones, me quedaba un ratito, mirando su destreza en el rasurar y peluquear a sus clientes.
Parecía que iba a operar, así de respetuoso lo veía en el desempeño de ese oficio que le encantaba; sacudía muy bien el sillón, de rastros de cabello del anterior trabajo, invitaba a subirse al cliente, a ese sillón, como si este fuera a ser su trono, durante la rasurada.
Ya sentado, movía una palanca para recostarlo un poquito, y con otra palanca, pedaleaba, esta ultima hacia un sonido como de fuelle, una especie de pu/pu/puf, y así ponerlo a la altura que el considerada necesaria, de acuerdo al físico del prospecto, si era bajito, corpulento, alto, gordo ,flaco, etc.
Ya puesto a la altura requerida, ahora le colocaba la tela, del tamaño de un mantel, que le llegaba hasta las rodillas a la mayoría de los clientes, sujetándosela d el cuello.
Le embadurnaba jabón, con una brochita, para suavizar su piel, y sacaba una navajota, como para matar cochinos, y sus clientes, tan tranquilos.
A la navaja, le sacaba filo, en una como correa, que tenia pegada a la silla giratoria de peluquear, limpiaba la navaja de continuo, y en el rostro del cliente, marcaba caminos, pulcros, limpios de jabón y de barba.
Los enjuagaba bien, los secaba con una toalla, y les daba unas como cachetaditas, con una loción, y de pilón, le pagaban por cachetearlos.
Olía tan bonito ese lugar, todo tan tranquilo, todos hablando como en susurro, a nadie le conviene que el peluquero, se distraiga, cuando esta con una navaja así de filosa, apoyada en el cuello de un cristiano…
Su peluquería, tenia dos puertas, una por cada lado de la escuadra que formaba la esquina, corría tan libre el viento, que no hacia falta prender el abanico; por fuera de ella, existía un cilindro, que parecía un caramelo, con tiras anchas color rojo y blanco, que siempre giraba, y giraba, como hipnotizándolo a uno.
Estaba frente a la plaza, la peluquería de don Tacho.
Doña Irma su esposa, y partera desde muy joven, aun vive, ahora ha estado un poquito enfermita, y logro salir de su cama, reponiéndose de una embolia, pero ha tenido fuerza de voluntad, y Dios la ha sostenido, y sigue siendo doña Irma Gutiérrez, un orgullo de nuestro pueblo, de Pueblo Viejo.
El año pasado, le hicieron un reportaje, para un periódico de Tampico, Tamaulipas (Estado vecino) pues si Pueblo Viejo, Veracruz,tiene muchas historias que contar.
Y todas de superación, a base de muchos esfuerzos.