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martes, 5 de enero de 2010

Infractores



Cuando rompían vidrios de la escuela los huerquillos, si no estaban los maestros, o el director, porque eran fines de semana, o vacaciones, yo me daba la carrera sobre el chamaco infractor, y lo seguía hasta su casa, y rápido, queja a la presidencia municipal.
A poco iba a permitir, que cuando volvieran a clases, ya estuviera la escuela con vidrios rotos.
La consideraba mi casa.
Y los padres, pero Lucha, para que te quejas a la presidencia, dinos, y nosotros pagamos o mandamos poner el vidrio.
Bueno, entendido.
Cuentas claras y el chocolate espeso.
Algunos chamacos, como en cada salón se vendían golosinas o galletas para gastos de la escuela, se metían de repente, en las noches, o sábados y domingos, con la ambición de robarse algún dinero.
¡Pero chasco!
No había dinero en los salones.
En mi casa, se guardaba de cada maestro, cajitas y cajitas retacadas de moneditas, hasta le poníamos, 1 ro. A, 2 do. B, 3 ro. A etc. Así, sucesivamente, para identificar de quien eran las cajitas de dinero.
Éramos el banco de los maestros.
Al morir buelita, yo me di tiempo, y entregue a cada maestro lo suyo.
Desde dinero, libros, material importante, laminas, herramientas, que habían dejado en guardia.
Que no dijeran, se murió doña Luz, y quien sabe que paso con el dinero, o con las pertenencias de los maestros.
Una cosa es tener dolor, por una pena; y otra, es pasarse de listo.
A mi me supo criar bien mi abuelita Luz.
¡Y si! algunas personas, intuían donde se guardaba el dinero, mientras se hacia bonche grande, y se depositara al banco, de las ventas de la cooperativa.
En una ocasión, se metió un ladrón a nuestra casa.
Abuelita lo vió desde un salón, cuando se metió a nuestra casa.
Creyó que era su hijo Toño; y se dirigió rauda a la casa.
¡Hijo! ¿Quieres de cenar?;
Y silencio.
¡Hijo! Te vi entrar.
Silencio.
Que llega Toño, ¿Qué haces mamá?
Te vi llegar, ¿Cómo te diste la vuelta, y por donde?
Toño, hizo la seña de silencio.
Tomó un machete, y buscó en la casita.
Tres camas había, la de Toño, la de Ángel, y la de abuelita y mía.
Debajo de una cama, estaba el malhechor.
Toño, con frialdad le dijo a abuelita, a éste lo mato yo.
Y con el machete, le tocaba a la altura de sus costillas del fulano.
Vi su cara de temor.
Debajo de la cama, no podía moverse.
Mi tío, tenia de corazón una piedra.
Sus ojos, verdes, estaban entre coléricos, y con un gusto a poder hacer su voluntad, sobre un pobre cristiano indefenso.
Y abuelita, ¡no hijo!
No te manches las manos, con la sangre de un hermano.
Todos los seres humanos, ante Dios, somos hermanos.
Somos hijos del mismo Padre; no debes derramar su sangre.
Nunca te quitarías esa mancha.

Pero mamá, se atrevió a meterse a nuestra casa; estoy en mi derecho.
¿Y si te hubiera hecho algo?
Hijo, hubiera preferido eso, a que tú te convirtieras en un asesino.
Y nada de lo que existe en esta casa, vale lo que la vida de un ser humano.
No lo hagas hijo, por favor.
Bueno, que salga de ahí, ¡ese cobarde!
Y salio temblando, el ratero.
Después supe, que era el “Rafles”, o “el Manos de Seda”, como se le conocía en el pueblo.
Mi tío lo miraba de arriba abajo; casi no hablaba. Había decisión en su mirada.
Lo retaba a que hiciera algo, para descabechárselo.
El ratero, clavaba su mirada al suelo.
Mi tío dijo pediré que traigan autoridad.
Se encamino a la puerta de la casa, y el ratero aprovechó para empujarnos a mi abuelita y a mí, y brincar por una ventana que daba hacia el patio donde se localizaba un pozo.
Se corrió la voz, de lo que deseaba hacer mi tío con el intruso; y fue la primera vez y la última, que alguien entró a nuestra casa.