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viernes, 27 de agosto de 2010

Cuando nos llegó la colita del ciclón Inés ( lo que hace una madre por su hijo ) 2


Ese dia, mi tío calmado estaba, fumando cigarrillo tras cigarrillo.
Nos observaba, y seguía con sus diálogos, incoherentes, farfullando, ya se sentaba, apoyando su espalda en la pared, ya apoyando los pies en el suelo, y mirando largo rato, las formas que el humo de su cigarro formaba en nuestro cuarto.
Si apagábamos la luz, al disponernos a dormir, de tanto humo de cigarro, en ocasiones, su silueta se veía neblinosa, y la lucecita de su cigarrillo, me indicaba, si estaba sentado, o acostado.
Cuando mi tío regresó, del otro lado, por completo trastornado, mi abuelita consiguió internarlo, en un manicomio en la ciudad de México, se llamaba la Castañeda, estuvo unos años internado ahí, abuelita le daba vueltas, pero de repente, anunciaron su cierre.
Mi abuelita, se encontró en un callejón, duro de transitar.
Si se lo traía al pueblo, a la mejor la corrían de la escuela. No tendría donde vivir.
Y si estaba cuidándolo, no trabajaría y de que comería.
Fue a México, decidida a abogar porque siguiera internado, donde, quien sabe, pero no podía traerlo al pueblo.
Se presentó al hospital, mandaron traer a mi tío Ángel; ingreso a la oficinita donde abuelita, estaba tramitando que se haría con el.
Mi abuelita Luz, explicaba su situación, altamente vulnerable, por el lugar donde vivía y trabajaba.
Un sitio con muchos niños.
La enfermera, le planteo el siguiente dilema.
Si quiere déjelo, varios de los enfermos, sus familiares están firmando hojas, donde aceptan la suerte que estos sigan.
Si usted desea, déjelo.
Pero no vuelva por el; aquí se cerrara, y ya nadie podrá darle razón, del fin que tuvo su hijo. Usted no es la única madre, que no puede cuidar de un enfermo así.
Firme y váyase tranquila.
Ya aquí, sabremos que haremos con el.
Y abuelita, ¿Cómo?, ¿Qué no pregunte por el nunca más?, ¿Qué no sabré si vive o ya murió?
La enfermera: señora, haga de cuenta que su hijo ya se murió.
¡Ya firme usted!
Será libre. ¡Váyase!, haga lo que quiera, nosotros sabremos que hacer con su hijo.
Firme ya esas hojas de consentimiento, y volviéndose con sorna a mi tío, que silencioso escuchaba, loco, loco, pero no tonto; estaba en silencio, esperando que suerte decidía su madre para el, le dijo la enfermera:
Angelito…. ¿Por qué tu madre ya no te quiere?
Angelito…. ¿que le has hecho a tu madre?
Y mi tío; nada, nada, señorita, con la cabeza agachada, tal y como si fuera en realidad un angelito, que ni come, ni caga.
Mi abuelita, sintió hervir en sus venas, su sangre de madre, y le dijo: Ángel hijo mio, vaya por sus cosas, porque nos vamos.
Abuelita venia decidida a todo al pueblo, a morirse de hambre si fuera necesario, pero a su hijo no abandonaría.
Abuelita, en ocasiones, me comentaba, ¿Qué pasaría con los loquitos que sus padres tuvieron que dejar en la Castañeda?
Estarían en un lugar más elegante, o más retirado del centro de México, pero eso de no saber más de un hijo, pues es algo que abuelita, no podía soportar.
Habló con el director de la primaria “Expropiación Petrolera”, y tal vez, como habían visto la dedicación y entrega de mi abuelita al trabajo, la aceptaron con todo y su hijo loquito.