Latidos de cariño y afecto que nutren al Alma.Gracias por su visita.

domingo, 23 de agosto de 2009

Maestra de vocación y alma hermosa

MAESTRA DE VOCACION Y ALMA HERMOSA

Bueno, después de esa paseadita por la placita del pueblo, y la excursión a la playa, regresemos al interior de la primaria, a su segundo piso.
El primer salón, el que se encuentra frente a alas escaleras, es uno muy sombrío, por quedar atrás de un paredón, donde se ubica el nombre de la escuela.
Ahí, cursé el 5 to. año de primaria, con la maestra Alma Acevedo.
Ella pudo estudiar no se que tantas cosas, proviene de las familias mas pudientes del pueblo, de las familias que generación tras generación, siempre tienen el modo.
Pero, a ella, le gustaba ser maestra.
Y que bonito daba las clases.
Con mucho amor.
Se dirigía a nosotros, sus alumnos, como si fuéramos sus hijos.
En ese tiempo, ella era soltera.
Despuecito, ella se casó, y se fue del pueblo.
Recuerdo, muy nítidamente, la ocasión, en que dando no se que repaso de un libro, observo la maestra, a través de los cristales de una ventana, en lo alto de un pilar de la escuela, a unas crillitas de pichón, como les daba su madre de comer.
Nos hizo la señal, con su dedo índice cubriendo sus labios, de guardar silencio.
Ya calladitos todos, nos indico mirar, sin casi movernos, hacia el nido, que se ubicaba en una covachita del pilar que se encuentra empezando el paredón del frente de la escuela.
Nos admiramos al ver, como la madre pichón, regurgitaba el alimento de su piquito, y se lo daba en el piquito, a sus crillitas, que chillaban, exigiendo más y más comida.
Duramos buen rato, observando ese acto de amor.
La maestra Alma Acevedo, aprovecho, para explicarnos, que así son las madres de nosotros, que van por la vida, sacrificándose en conseguir para nosotros, lo necesario, y que no dudan en quitarse de la boca un bocado, con tal de que ha nosotros no nos falte algo.
Que tanto en el reino animal, como en los humanos, los padres siempre velan por sus retoños, pero que llega el momento, en que esos mismos padres cariñosos, con gran dolor, tienen que aventar al polluelo, o aguilucho; a aquel que no se decide a salir del nido, lo tienen que aventar, para que se desarrolle, para que aprenda a volar por si mismo, porque sus padres no serán eternos.
Y por eso, a veces, encontrábamos por los pasillos de la escuela, crías temblorosa de pichón, de pichón miedoso, de pichón cobarde, que viendo que en el suelo, los cocolazos son más canijos, se deciden al fin a dar breves carreras, hasta que por fin vuelan.
¡No que no! ¡Vuelan!
Y la maestra Alma, nos decía, ustedes son ahorita como pichoncitos, les dan todavía en la boca de comer.
Y todos gritamos:
¡No, ya estamos grandes!
¡Bueno!, ¡bueno!, y la maestra reía.
Me refiero a que la mayoría de ustedes no tienen un trabajo remunerado.
A que apenas se están preparando, para un día volar de su nido, de su hogar.
Para formar otro nido, otro hogar.
Y de ese modo, eran las clases de la maestra Alma Acevedo.
En una ocasión, nos llevo de excursión a su casa.
¿Casa?
¡Rancho!
Se localizaba más allá del cuartel hacia arriba.
Fuimos libres de andar por toda esa inmensidad de rancho.
Solo nos prohibió ir, por donde anduviera el ganado.
Jugamos a la pelota, a tantas cosas…
Y cuando nos dio hambre…
¡Que de manjares!
Una larga mesa, repleta de todos los platillos.
Ella tenía servicio de servidumbre, caporales, peones, y párale de contar.
Un ejército de gente a su servicio.
Y se venia a la primaria a quebrarse la cabeza con chiquitines.
La mamá de la maestra Alma, una señora menudita, de maneras muy finas, nos recibió en su casa, entre complacida y sorprendida.
Una turba de escuincles, tratando de comportarse como personas mayores…
¡Buenos días, señora!
Y la mamá de la maestra, sonriendo, nos dejo hacer lo que quisiéramos, sabia que su hija nos podía controlar.
Ella, ordenaba a unas señoritas, que y que depositar en la mesa.
Jarras enormes de agua de limón, tamarindo, etc.
Rebanadas de sandia, de la misma sandia que creo que se sembraba en ese rancho.
Tan rojas y jugosas, que hasta los codos nos escurrían sus jugos rojizos.
Y parecía que nos bañábamos con ese juguito.
Ya cuando acabamos de comer, nos habíamos quitado las caretas de personas mayores, y pedíamos regresarnos a nuestras casas.
Y el trayecto es largo.
Agradecimos las amabilidades de la mamá de la maestra Alma, y regresamos al centro del pueblo, con un cansancio, que solo porque el camino es de bajadita, y nos daba su ayudadita, sino, mas de alguno, quien sabe como le hubiera hecho para regresar.
Veníamos timbones de bastante comida, agua y frutas.
La maestra, nos trajo en el camino de regreso, entonando canciones, contándonos algún chiste, y miren como se ve…y señalaba a alguno, que al sentirse señalado, trataba de adoptar otro andar, según el mas derecho.
Nos decía la maestra, si se cansaron, ya no los llevo de nuevo a mi casa.
Traen unas caras, que parece que los he castigado.
¿Están cansados?
Y todos gritábamos: ¡No! ¡No estamos cansados!
Bueno, decía la maestra Alma Acevedo, demuéstrenmelo, echándose una carrerita a ese árbol, o unas plantas con flores, y así nos hacia apurar el paso, en ese regreso al centro del pueblo.