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sábado, 5 de febrero de 2011

Abusos de los damnificados del ciclón.


Y ya había que empezar las clases, y aun había damnificados en la escuela. Aquellos que realmente, no podían regresar tan fácilmente a sus casas, por estar muy inundadas, o por sufrir destrozos tan grandes.
Se reacomodaron, que cupieran en un solo salón, a regañadientes; de mala gana lo hicieron, y no se podían ir aun.
Y los salones que habían dejado los damnificados, tan raros quedaron, con un olor a gente grande, porque un niño deja un olor diferente en un salón.
Ya estoy como el ogro del cuento, huelo a niño, pues si, cuando los salones son utilizados por niños, tienen un olor.
A cuadernos, a crayolas, a madera y grafito de los lápices, a chicles embarrados bajo los asientos, a chilito piquin tirado en la piso, a cáscaras de naranja, de mandarina; dulces, huele a niño lo repito.
Pero cuando un salón es abandonado por los damnificados, huele diferente.
Las paredes están tiznadas, llenas de grasa, los vidrios, embarrados, mantecosos, da tristeza pensar, que los niños, los niños tan lindos, tengan que utilizar aquellos salones.
Por más que se laven con jabón, cloro, se pinten de nuevo sus paredes, durante un largo, muy largo tiempo, olerán a comida, a humo de las que guisaron con anafre, por mas que lo prohibían; las personas se dan maña, para hacer lo que quieren.
Solo ponían a sus hijos a vigilar, si venían los de supervisión, y listo.
Hacían lo que querían.
Estoy segura que ni en su casa, se portaban igual de descuidados.
Sus casas, de seguro las respetaban; pero la escuela, pues la escuela, que diré, ¡amuélese la escuela!
Además, la mayoría, los que venían de colonias retiradas ni siquiera tenían a sus niños en esta escuela.
Espero, que en el pueblo, actualmente cuenten con un lugar alternativo, para en casos de inundaciones o ciclones, ya no se deteriore la escuela.
Y mi abuelita tenía razón, como casi siempre.
Es fácil, facilísimo, meter a alguien, a un lugar.
Lo difícil es sacarlo.
Había familias, que aunque ya empezaran las clases, y se les pidiera el o los salones ocupados por ellas, no se iban tan fácilmente.
Se hacían las ofendidas, que no se irían hasta que “alguien” les consiguiera donde meterse.
Y empezaban las amenazas, iremos a tal o cual periódico, nos quejaremos con tal o cual autoridad; pero todo sale a relucir, que algunas, disfrutaban el tener despensas, no pagar agua ni luz, ni renta, recibir regalos por su papel de damnificados, y no les importaba ocupar un espacio dedicado al estudio.
Y cuando por fin salían hasta el último damnificado, que se iba renegando, jurando no volver a pisar esta escuela, que alivio tan grande se respiraba.
Por fin, por fin, a sacar adelante a los niños, en sus estudios. A mantener limpio todo, porque los niños, merecen estar en lo limpio.