Latidos de cariño y afecto que nutren al Alma.Gracias por su visita.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Para saber la realidad, sólo Dios.


Papá (en la foto con boinita ) y mi tío Ángel, continuaban yendo a bañarse al Canal de la Cortadura; a pesar de que mi abuelita se los prohibía.
Mi papá, en un clavado digno de competencia con sus amigos, encontró en el fondo del Canal de la Cortadura, exactamente eso, una cortadura en su espalda, con un alambre de púas, que estaba entre el lodo del lecho del canal.
Cualquier canal, en cualquier lugar, necesita de vez en cuando una manita, una limpieza de su fondo.
Aquí, en Tampico, las autoridades, han hecho una labor muy encomiable.
Y al paso que va, se convertirá el Canal de la Cortadura, en un futuro próximo, lugar privilegiado de visitas turísticas.
Tengo como un par de meses, que paseando por sus orillas, con banquetas amplias y bancos para sentarse, observe durante horas, en compañía de mi familia, el paso de cientos de peces, de varios tamaños y colores.
Iban mojarras, churras, chocomites, y brincaban, y era una danza de amor a la vida, a Tampico; y los niños, saltaban, indicando ¡allá van! ¡Allá vienen! Y el aire que me despeinaba, y el silencio de esas calles, y nadie pescando…
O esta prohibido, pero no había nadie cuidando, que no se pescara, o en realidad, estamos tan bendecidos, que nadie necesita ir al Canal de la Cortadura, y atrapar a tanto pez, que eran unos como de 8 kilos.
Pero en el tiempo de papá-niño, en su casa había muchas privaciones, no había dinero para doctor. Papá calló, y fue una enfermera, que vivía frente al Canal de la Cortadura, la que viendo como sangraba ese tarde, papá de la espalda, que lo curó y lo vendó.
Y durante días, curaciones le hacia a papá.
Y papá calladito.
Calladito, de lo que le había pasado, y de lo que estaba pasando.
Un dia, mi abuelita, lo palmea con cariño, y papá grita ¡ay! ¡Ay mamá!
¿Qué tienes hijo?
¿Qué te pasó?
Nada mamá.
¡Nada de que nada!
Quítate esa camisa, y enséñame que traes ahí.
Eran tiempos de camisa y camiseta.
Y papá, traía un parche grande en la espalda.
Y abuelita, ¿Qué es eso?
Ante la evidencia, cuenta papá todo, y la ayuda desinteresada de una vecina, que era enfermera.
Mi abuelita, fue con la enfermera, y quería pagar, como fuera, el costo de esas curaciones.
Ya fuera con lavadas, planchadas, o aseo de casa.
Pero la enfermera, no aceptó.
Son Ángeles, que Dios manda, disfrazados de personas.
Hablo del que se porta bien; porque hay de todo en este mundo, andén con el uniforme que anden, bien pingos a veces son.
Por eso, abuelita, los internó a sus dos hijos varones, en la escuela de talleres y oficios, de ciudad Victoria.
Mi tío deserto, papá persevero.
A mi abuelita, papá le mandaba cartas cariñosas, no te apures, todo va muy bien, soy feliz, etc. Eran cartas a su mamá.
A su hermano Ángel, que ya trabajaba en el otro lado, todo lo contrario.
Manito, mándame mas dinero; como puras tortillas duras, quemadas, paso hambre, sufro aquí, tu sabes como es aquí, y lloriqueos con su hermano.
Y caite con la lana, hermanito.
Para saber la realidad; solo Dios.
Y en una ocasión, que se le cruzan las cartas.
Que coloca en sobres equivocados las misivas, y papá, cuando recuerda ese equivoco, ríe, escondiendo la cabeza entre sus hombros, como el que es sorprendido en travesura.
Mi abuelita brinco al leer aquella carta tan quejosa; le recriminó a su hijo Lalo, el andar molestando a su hermano Ángel con peticiones de dinero.
Ya abuelita trabajaba en la escuela primaria, y se encargo, de mandar más dinero a su hijo internado.
Y ahora, en nuestra casa, veo a mi tío Ángel, enloquecido, rumiando no se que, fumando, chupando sus bachichas, porque el se termina el cigarro, hasta que casi se quema los dedos.
Sus dedos, tienen manchas cafés, del cigarro.
Unas uñotas de gavilán.
Yo quiero a mi tío Ángel, ahora está loco, pero hubo un tiempo, en que a mi papá-joven, lo ayudó. Y yo quiero a mi tío.
Aunque no se si el me quiera.
Yo quiero a mi tío Ángel, al loquito del pueblo.
Y empieza de nuevo a soplar el viento, primero suave, después rugiendo, y veo pasar torbellinos de hojas, ramas y cosas que no logro identificar, de lo rápido que pasan, por los vidrios de mi ventana. Y anochece.