Latidos de cariño y afecto que nutren al Alma.Gracias por su visita.

lunes, 31 de agosto de 2009

Caireles y más caireles

CAIRELES Y MAS CAIRELES

Pasemos con la maestra Ma. Adelfa Nava Palacios, todo un kinder.
Eran ella, su esposo y sus hijos. En filita.
Primero nació Sarita, luego Pedro Leonel, el Negro de cariño, Mely, Nano, y al ultimo Fita.
Como le hacia, para que salieran así, de exactitos, niña, niño, niña; no había pierde en adivinar que venia en camino.
Cada fin de semana se iban a Tantoyuca, de donde venia ella.
Allá tenía a sus padres, Don Justiniano, o sea don Justo, y Doña Sarita.
También estaba su hermana, la maestra Mercedes.
De regreso, los lunes, que llegaban zumbando a las filas, nos traía, a mi abuelita y a mi, tamales gigantes, de los que les dicen Pikes, no te acabas tu solo uno.
Traía a sus hijos muy cambiaditos, las niñas las vestía igual y los varones, su par, los vestía también de pantalón y camisa iguales.
A las niñas las traía de pelo largo, y les hacia caireles.
Suelto el pelo, y con caireles.
Agarrando en un chongo, y con caireles.
Agarrando en dos cohetitos, y con caireles.
Paciencia de madre, paciencia de niñas.
Yo tenia el pelo muy chinito, y cuando mi abuelita me peinaba, tenia que meter el peine en un traste con agua, porque si no yo lloraba.
No me gustaba que me jalara el pelo cuando me peinaba.
Mi abuelita tenia mucho trabajo, y yo no me dejaba peinar tan fácilmente.
Así, que me pregunto, que como veía si lo trajera mejor corto, así no batallaríamos ni ella, ni yo.
Y mi abuelita, cada mes me lo cortaba.
Yo traía mi cabello, en casquetito, bien fresco, y sin lágrimas, como el comercial.
Había un cartero muy joven, que siempre me traía cartas de mi papá, me chuleaba el pelo.
Era soltero, y le gustaba como se me veía el pelo, en ricitos pequeños, obscuros.
Hasta, que llego el día, en que le dijo a mi abuelita, no sea mala, regáleme un ricito de la niña, cuando se lo corte.
Se lo encargo.
Siento que me va a traer suerte.
Y no se porque mi abuelita, le cumplió ese caprichito al cartero.
Le regalo unos rizos míos al joven cartero.
Tiempo después, encontró novia, y se caso.
Y su primero hijo, fue una niña.
Y vino a presumirle a mi abuelita, ¡que cree abuelita!, porque así dicen de cariño, mi niña tiene ricitos iguales a los de su niña.
Dios le concedió ese deseo.
Dios es un padre de amor, que nos apapacha.
Bueno, regresemos con la maestra Adelfa, por favor.
Llevaba una vida muy atareada.
Trabajaba como maestra de primaria, mañana y tarde, y por las noches, en Tampico, daba clases en una secundaria.
Su esposo, también maestro, con horas y más horas de magisterio; los 2 ocupadísimos.
Traveseábamos los hijos de la maestra Adelfa y yo; corríamos por toda la escuela, jugábamos escondidas, comiditas, poníamos columpios, con cualquier tablita y un mecate.
Recuerdo la vez, en que nació su cuarto hijo, Nano, entre tantas carreras, salieron disparados un fin de semana para Tantoyuca, y mi abuelita y yo, en la soledad de la escuela, en aquella superficie tan grande, oímos el llanto de un recién nacido.
A la maestra Adelfa y a su esposo, el profesor Leonel, se les olvido el recién nacido, y lo habían dejado encerrado con llave, en unos de los cuartos, que habitaban, en el anexo.
Le dije a mi abuelita, yo me brinco por una ventana y saco al bebe.
Mi abuelita, bien sabia, me detuvo.
Espérate, una madre, podrá tener un momento de distracción, pero es madre, y ya veras, como al ratito, regresan por el bebe.
Y yo sentía que se tardaban mucho, cuando los veo venir, apuradísimos.
Que se tardaban mucho, porque ya estaban cruzando el río Pánuco, cuando haciendo un recuento, de ¿que falta?, ¿quien falta?,… ¡el bebé!