En la orilla de la laguna del pueblo, se encontraban los restaurantes de mariscos, “El Villa Azul”, “El Pesquerito”, y “El Pescador”, de este último su dueño se llamaba Don Ramón Castillo.
En el “Villa Azul”, además del área de mesas y sillas, tenia una cocina enorme, con una gran ventana hacia la laguna, de donde se pescaba al momento lo que iban a consumir los clientes. Existía otro gran ventanal en esa cocina, hacia el interior del negocio, donde los clientes, asomábamos nuestras narices, para captar mejor los ricos aromas de lo que se estaba guisando, con el pretexto de hacer los pedidos. Veíamos, como los pescados, brincaban en las tinas donde los arrojaban de las redes, con sus branquias dilatándose, contrayendo sus cuerpos, y las escamas que los cubrían, cambiaban a infinidad de colores, como moraditas, azulitas, doraditas; por efecto de la luz del sol.
Las jaibas, en otros baños, peleando unas con otras, con las tenazas y chocando sus caparazones. De color cenizo; ya cocidas, agarran ese color rojito.
Los camarones, casi transparentitos, pero al cocerlos, ya de un color encendido, los disfrutábamos en coctel, lampreados, en caldo.
El camarón, la jaiba, el pescado, no se porque será, pero nunca da en cara, aunque lo comas seguido.
El pescador de la laguna de Pueblo Viejo, tendrá muchas carencias, pero no le falta “la de adentro”.
Puro marisquito, ¡Hay papá!
En ese restaurante, “El Villa Azul”, había una gran pileta, que contenía unas 5 tortugas de gran tamaño, de color oscuro, entre verdoso y terroso, eran una distracción adicional para los visitantes.
La bardita de esa pileta, me llegaba a la altura de mi pecho, y ustedes, Lety, Mely, Laura y Lalo, por ser más pequeños, por más que brincaran, no alcanzaban a mirar en su interior.
Entonces, me decían, a coro…. ¡ayúdame! Y los más chicos…. Cálgame, cálgame, ¡yo sigo! ¡Ya dulo mucho tiempo viendo ella!
Y a el, ya van 2 veces que lo calgas, no seas así, cálgame otla vez, me hubiera gustado ayudarles mas tiempo, a poder mirar a esas enormes tortugas, con sus movimientos parsimoniosos, ojos que parece que tuvieran un conocimiento de muchas vidas; pero me cansaba. Y los jalaba a mirar como pescaban al marisco, como descamaban a los pescados. Y de regreso a casa, cada uno me ayudaba con lo que podía; con bolsas de jaibas rellenas, otro con una envoltura conteniendo el róbalo frito.
Yo siempre cargaba los guisos caldudos, para que no se les fueran a tirar a ustedes, y los hubiera quemado.
Era feliz, cuando venían de visita.
Aunque fuera cada año, en Semana Santa.
Ustedes, me hicieron saber, en mi niñez lo que era tener hermanos; y aún en ésos escasos días, llegamos a pelearnos, y a contentarnos.
Yo los quiero mucho, y ustedes lo saben.
En el “Villa Azul”, además del área de mesas y sillas, tenia una cocina enorme, con una gran ventana hacia la laguna, de donde se pescaba al momento lo que iban a consumir los clientes. Existía otro gran ventanal en esa cocina, hacia el interior del negocio, donde los clientes, asomábamos nuestras narices, para captar mejor los ricos aromas de lo que se estaba guisando, con el pretexto de hacer los pedidos. Veíamos, como los pescados, brincaban en las tinas donde los arrojaban de las redes, con sus branquias dilatándose, contrayendo sus cuerpos, y las escamas que los cubrían, cambiaban a infinidad de colores, como moraditas, azulitas, doraditas; por efecto de la luz del sol.
Las jaibas, en otros baños, peleando unas con otras, con las tenazas y chocando sus caparazones. De color cenizo; ya cocidas, agarran ese color rojito.
Los camarones, casi transparentitos, pero al cocerlos, ya de un color encendido, los disfrutábamos en coctel, lampreados, en caldo.
El camarón, la jaiba, el pescado, no se porque será, pero nunca da en cara, aunque lo comas seguido.
El pescador de la laguna de Pueblo Viejo, tendrá muchas carencias, pero no le falta “la de adentro”.
Puro marisquito, ¡Hay papá!
En ese restaurante, “El Villa Azul”, había una gran pileta, que contenía unas 5 tortugas de gran tamaño, de color oscuro, entre verdoso y terroso, eran una distracción adicional para los visitantes.
La bardita de esa pileta, me llegaba a la altura de mi pecho, y ustedes, Lety, Mely, Laura y Lalo, por ser más pequeños, por más que brincaran, no alcanzaban a mirar en su interior.
Entonces, me decían, a coro…. ¡ayúdame! Y los más chicos…. Cálgame, cálgame, ¡yo sigo! ¡Ya dulo mucho tiempo viendo ella!
Y a el, ya van 2 veces que lo calgas, no seas así, cálgame otla vez, me hubiera gustado ayudarles mas tiempo, a poder mirar a esas enormes tortugas, con sus movimientos parsimoniosos, ojos que parece que tuvieran un conocimiento de muchas vidas; pero me cansaba. Y los jalaba a mirar como pescaban al marisco, como descamaban a los pescados. Y de regreso a casa, cada uno me ayudaba con lo que podía; con bolsas de jaibas rellenas, otro con una envoltura conteniendo el róbalo frito.
Yo siempre cargaba los guisos caldudos, para que no se les fueran a tirar a ustedes, y los hubiera quemado.
Era feliz, cuando venían de visita.
Aunque fuera cada año, en Semana Santa.
Ustedes, me hicieron saber, en mi niñez lo que era tener hermanos; y aún en ésos escasos días, llegamos a pelearnos, y a contentarnos.
Yo los quiero mucho, y ustedes lo saben.
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