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martes, 14 de julio de 2009

Dos grupos,un salón (c)

Y el hacerse travesuras, como correr agachaditos, quitar un lápiz, o un borrador, y aventarlo por una ventana al exterior.
Porque por fuera de ese salón de actos, por la parte que colinda con el solar de las señoritas Alejandre, existía una banquetita delgada, y un tramo ancho de tierra de unos 3 metros, por todo lo largo que estaba el salón de actos, y en ese callejoncito, había sembrados, limoncitos, granadas y rosales.
De donde yo cortaba rosas hermosas, grandes, de colores variados, como el rosa, amarillas, blancas; había de varios tipos, como labios de novia, que son blancas, con orillita roja, los rosales sangre de toro, que eran rojo _ quemado, los bouquet de novia, que dan en racimo, así como las 7 hermanas, que son pequeñas, y siempre en racimitos, no se diga las de tipo de enredadera.
Y en mayo, yo llevaba de esas flores, a la Virgen, vestida de blanco, y éramos muchas las niñas, que en cánticos, después de cada misterio del rosario, con nuestras manos en plegaria, dábamos vuelta a los bancas de la iglesia, con el ¡ave, ave Maria!…
Y como éramos niñas, si podíamos dábamos la vuelta corriendo, y las catequistas, que no podían gritar dentro de la iglesia.
Terminando el rosario, a salir, y todas apredeaban a los guayabos de doña Mangú, y yo mas colmilluda, iba con modo, y le hablaba, porque su casa estaba frente a la sacristía de la iglesia, y su solar, abarcaba de calle a calle, y con un por favor, humildito, me la echaba a la bolsa, y doña Mangú, me prestaba una vara de tendedero, de las de otate, y ya aparecía yo, muy salsa, con permiso y toda la cosa, y recorría ese solar tan grande, y las demás niñas que continuaban, en el solar de la iglesia, empezaban a gritar, y corrían a casa de Doña Mangú , y Doña Mangú las mandaba a la porra, les decía, ¡No! ya las vi apedreando mi solar; y que como iba yo primero, pues tenia la derechera.
Yo tenía que portarme bien, porque mi abuelita, me vigilaba, de modo constante, desde la escuela que esta ubicada en contra esquina a la iglesia.
¡Y cuidadito y me dan una queja de ti!
Y un dia, que me vacilan, que yo a todo le tenia miedo a las catequistas, a doña Mangú, a mi abuelita, y que les demuestro que no, que me brinco al solar de doña Mangú, el de las guayabas, y recogí de las tiradas, y unas mulillas, que van y que le dicen a la dueña, ¡vaya a ver quien anda adentro!, y yo no podía salir sin ayuda, porque ese solar estaba mas bajo que el de la iglesia como metro y medio, y por mas que trataba de escalarlo, poniendo mis piesecillos entre las piedritas o ladrillos de esa barda, no lo lograba, y pedía una mano amiga, y las que me la daban, de verme con semejante susto, se desbarataban de risa, y así menos me podían ayudar.
Y que me cae la dueña y que me caigo de su gracia.
¡Mira nadamas!, yo que siempre te doy permiso, si eres igual a las demás.
¡Y ten tu permiso!, se acabo para mi.
En ese tiempo, también florea el framboyán, y eran enormes los ramos que cortaba del árbol que se ubicaba al fondo del solar de la escuela.
Y apartábamos los botones, de las flores sin abrir, y a la salida de la doctrina, en la placita, jugábamos a los gallitos, que consiste en enganchar los pistilos, que cada niña traíamos escogidos, por gruesos, grandes, o que se yo; y el que no se rompía, ese ganaba.
Bien que se divertía uno con esos gallitos, y en ocasiones, nosotras, nos poníamos gallitos de coraje, ¡tu me empujaste!, ¿ah si? , pues tu lo jalaste antes de tiempo, por eso rompiste el mío.
Y se pasaba el tiempo volando, ¡oh, hermoso tiempo el de la niñez!