Yo miraba extasiada, la llegada de tantas personas a la escuela primaria; familias completas.
Cargando con todo lo imaginable, y eso que había órdenes: sólo lo más indispensable.
No, ¡que va!
Entre las colchas que contenían ropas, traían escondidos los guajolotes, pollos, perros, gatos, y hasta cochinos.
Y todo entraba a la escuela.
Se llenaban salones, se llenaban corredores, de arriba y de abajo, todo lo que tuviera techo, se convertía en hogar.
Aunque no tuviera paredes.
Ya llena toda la escuela, arriba y abajo, y corredores interiores, seguían los corredores exteriores.
Casi no dejaban por donde pasar.
Ya para entonces, estaba a cargo la autoridad militar,
Llegaban los convoyes, casi al final con los pobladores de las colonias lejanas, más reacios a salirse de sus hogares.
A los últimos en salirse, los sacaban ya en lanchas, así de alto se subía el agua en esas tierras.
Ya que ya no cabía ni un alfiler en la escuela, así de lleno estaba todo, de gentes, de cosas, de todo.
Y seguían llegando familias, y la escuela era uno de los pocos sitios seguros de Pueblo Viejo.
Y el ejército intervenía…
Iban de salón en salón, ¿de quien son estos muebles?, ¿de quien estos roperos?, ¿y estos trasteros?
Deben sacar eso, la gente necesita espacio.
¿Cómo que sacarlos?
¡Si llegamos primero!
¡Y ya no cabemos más familias en este salón!
Ya no caben mas personas, porque llenaron esto de muebles.
Lo que importa son las vidas; repetimos, saquen eso, vamos avisando de salón en salón, cuando regresemos, nosotros mismos sacaremos las cosas que realmente no sean indispensables para vivir.
Si era muy grande la necesidad de espacio, en ocasiones, se escogía una estufa, de todas las familias, que estuvieran en un salón y en esa estufa, todos debían guisar los de ese salón.
Había enojos, reclamos, pero se obedecía.
El ejercito no es cosa de juego, y todo se hacia en orden, buscando proteger vidas humanas.
Al sacar las cosas de gran volumen, las protegían con grandes plásticos, las colocaban frente a los salones donde estaban sus dueños, y se amarraban y tapaban con trapos.
El ejercito, tenia listas, de cómo iban llegando los damnificados, donde estaban ubicados. De donde procedían.
Cuantos niños, cuantos adultos, todo en orden.
Y luego, llegaban las despensas, que repartían el ejército, y eran filas, y era un gusto, y un estarse festejando, ¡que bueno!, ¡estamos muy bien!
Traían también pipas de agua potable, porque no era suficiente, la toma de llave, que ya había en la escuela primaria.
También emprendían los soldados campañas de desparacitacion, algunas vacunas, no se cuales, aun era muy pequeña, y no recuerdo cuales eran.
Para ir a los sanitarios, la locura.
Filas y filas, y soldados evitando el desorden.
A los niños, los adultos, los hacían ir a la parte de atrás de la escuela, entre árboles frutales, y platanales.
Por chiquitos, donde quiera hacían.
Hasta a medio patio, y no había ni por donde caminar.
Y el mosquero, y los mosquitos, y el olor…
A todo, a la gran cantidad de animales, que tenían al fondo del patio; olía a gallinas, patos, perros, gatos, pájaros y cotorros hablantines en jaulas, a todo.
El ejercito, hacia guardias, dia noche.
Se rolaban, manteniendo todo sobre ruedas.
Organizaban a los damnificados, quienes debían lavar los servicios, cada cuando, y donde se bañaría la gente; quienes barrerían patios, por donde se pudiera, evitar sobre todo una epidemia por el hacinamiento.
Impedir los pleitos, es difícil convivir días, con gente del todo desconocida, los niños que hacían grupitos, los adultos, que nerviosos, pensaban en las cosas que habían dejado atrás, algunos iban a sus casas a cuidar lo poco o mucho que habían dejado por mas que el ejercito le indicara que era muy peligroso.
Y el ruido, ruido, ruido, a todo, a música de radios, a platicas, a regaños de madres a sus hijos que se les iban lejos de su vista, a hombres que maldecían por el tiempo, que si iba a venir un ciclón, que ya llegara, que es mejor el ¡ya! A estar días esperando por donde va a pegar.
Que si no trabajan, que conque dinero, repararían lo que se les hubiera estropeado.
Que ya se fue el ciclón para otro lado, que aun no pega, pero se esta alejando, y unos que se iban, por mas que los soldados les indicaran, no se vayan, aun no pasa el peligro.
Y al otro dia, de nuevo volvían, y querían el espacio que antes ocupaban en un salón, que no, que ya están otros, que para que se iban, que haber donde caben ahora.
Y veía lágrimas, y había dolor y desencanto.
Y yo me sentía culpable de tener donde vivir, de estar como si nada, de que mis cosas, no sufrieran daño alguno, y quería alguna familia viviendo ahí conmigo, dentro de casa.
Y algunos se lo pedían a mi abuelita, ¡déjenos doña Luz! Déjennos quedarnos en su casa.
Y abuelita, no, apenas quepo yo, mi hijo y mi nieta.
Y yo haciendo changuitos con mis dedos, para que los dejara vivir en casa.
Y se iban, desencantados.
Y abuelita, me miraba en el rostro la decepción, y sus palabras sabias: el chiste no es meter a alguien a vivir a tu casa, el chiste es después como le haces, para que esa gente se vaya, y no se vaya sintiéndose corrida.
Que es muy fácil meter las cuatro patas, pero sacarlas sin llenarse de lodo, eso si es lo difícil.
Y yo, mirando, oyendo, viviendo entre la gente, toda la gente, toda de todas las orillas anegadas, y sintiendo como míos los temores, sus alegrías, y bañándome de gente, y mas gente, y llenándome por dentro de vidas, y mas vidas.
En muchas ocasiones, todo quedaba en solo un susto, en cosas mojadas, y se iban en pocos días a sus casas.
Cargando con todo lo imaginable, y eso que había órdenes: sólo lo más indispensable.
No, ¡que va!
Entre las colchas que contenían ropas, traían escondidos los guajolotes, pollos, perros, gatos, y hasta cochinos.
Y todo entraba a la escuela.
Se llenaban salones, se llenaban corredores, de arriba y de abajo, todo lo que tuviera techo, se convertía en hogar.
Aunque no tuviera paredes.
Ya llena toda la escuela, arriba y abajo, y corredores interiores, seguían los corredores exteriores.
Casi no dejaban por donde pasar.
Ya para entonces, estaba a cargo la autoridad militar,
Llegaban los convoyes, casi al final con los pobladores de las colonias lejanas, más reacios a salirse de sus hogares.
A los últimos en salirse, los sacaban ya en lanchas, así de alto se subía el agua en esas tierras.
Ya que ya no cabía ni un alfiler en la escuela, así de lleno estaba todo, de gentes, de cosas, de todo.
Y seguían llegando familias, y la escuela era uno de los pocos sitios seguros de Pueblo Viejo.
Y el ejército intervenía…
Iban de salón en salón, ¿de quien son estos muebles?, ¿de quien estos roperos?, ¿y estos trasteros?
Deben sacar eso, la gente necesita espacio.
¿Cómo que sacarlos?
¡Si llegamos primero!
¡Y ya no cabemos más familias en este salón!
Ya no caben mas personas, porque llenaron esto de muebles.
Lo que importa son las vidas; repetimos, saquen eso, vamos avisando de salón en salón, cuando regresemos, nosotros mismos sacaremos las cosas que realmente no sean indispensables para vivir.
Si era muy grande la necesidad de espacio, en ocasiones, se escogía una estufa, de todas las familias, que estuvieran en un salón y en esa estufa, todos debían guisar los de ese salón.
Había enojos, reclamos, pero se obedecía.
El ejercito no es cosa de juego, y todo se hacia en orden, buscando proteger vidas humanas.
Al sacar las cosas de gran volumen, las protegían con grandes plásticos, las colocaban frente a los salones donde estaban sus dueños, y se amarraban y tapaban con trapos.
El ejercito, tenia listas, de cómo iban llegando los damnificados, donde estaban ubicados. De donde procedían.
Cuantos niños, cuantos adultos, todo en orden.
Y luego, llegaban las despensas, que repartían el ejército, y eran filas, y era un gusto, y un estarse festejando, ¡que bueno!, ¡estamos muy bien!
Traían también pipas de agua potable, porque no era suficiente, la toma de llave, que ya había en la escuela primaria.
También emprendían los soldados campañas de desparacitacion, algunas vacunas, no se cuales, aun era muy pequeña, y no recuerdo cuales eran.
Para ir a los sanitarios, la locura.
Filas y filas, y soldados evitando el desorden.
A los niños, los adultos, los hacían ir a la parte de atrás de la escuela, entre árboles frutales, y platanales.
Por chiquitos, donde quiera hacían.
Hasta a medio patio, y no había ni por donde caminar.
Y el mosquero, y los mosquitos, y el olor…
A todo, a la gran cantidad de animales, que tenían al fondo del patio; olía a gallinas, patos, perros, gatos, pájaros y cotorros hablantines en jaulas, a todo.
El ejercito, hacia guardias, dia noche.
Se rolaban, manteniendo todo sobre ruedas.
Organizaban a los damnificados, quienes debían lavar los servicios, cada cuando, y donde se bañaría la gente; quienes barrerían patios, por donde se pudiera, evitar sobre todo una epidemia por el hacinamiento.
Impedir los pleitos, es difícil convivir días, con gente del todo desconocida, los niños que hacían grupitos, los adultos, que nerviosos, pensaban en las cosas que habían dejado atrás, algunos iban a sus casas a cuidar lo poco o mucho que habían dejado por mas que el ejercito le indicara que era muy peligroso.
Y el ruido, ruido, ruido, a todo, a música de radios, a platicas, a regaños de madres a sus hijos que se les iban lejos de su vista, a hombres que maldecían por el tiempo, que si iba a venir un ciclón, que ya llegara, que es mejor el ¡ya! A estar días esperando por donde va a pegar.
Que si no trabajan, que conque dinero, repararían lo que se les hubiera estropeado.
Que ya se fue el ciclón para otro lado, que aun no pega, pero se esta alejando, y unos que se iban, por mas que los soldados les indicaran, no se vayan, aun no pasa el peligro.
Y al otro dia, de nuevo volvían, y querían el espacio que antes ocupaban en un salón, que no, que ya están otros, que para que se iban, que haber donde caben ahora.
Y veía lágrimas, y había dolor y desencanto.
Y yo me sentía culpable de tener donde vivir, de estar como si nada, de que mis cosas, no sufrieran daño alguno, y quería alguna familia viviendo ahí conmigo, dentro de casa.
Y algunos se lo pedían a mi abuelita, ¡déjenos doña Luz! Déjennos quedarnos en su casa.
Y abuelita, no, apenas quepo yo, mi hijo y mi nieta.
Y yo haciendo changuitos con mis dedos, para que los dejara vivir en casa.
Y se iban, desencantados.
Y abuelita, me miraba en el rostro la decepción, y sus palabras sabias: el chiste no es meter a alguien a vivir a tu casa, el chiste es después como le haces, para que esa gente se vaya, y no se vaya sintiéndose corrida.
Que es muy fácil meter las cuatro patas, pero sacarlas sin llenarse de lodo, eso si es lo difícil.
Y yo, mirando, oyendo, viviendo entre la gente, toda la gente, toda de todas las orillas anegadas, y sintiendo como míos los temores, sus alegrías, y bañándome de gente, y mas gente, y llenándome por dentro de vidas, y mas vidas.
En muchas ocasiones, todo quedaba en solo un susto, en cosas mojadas, y se iban en pocos días a sus casas.